domingo, 31 de octubre de 2010

El gigante de los cielos Jatilainen

Durante la batalla contra las huestes de Malcom el negro, uno de los gigantes del ejército de Kiang Matatanques se desempeñó de una forma casi humillante. Ren Culoasesino, hijo no reconocido de Kian, recordó que a ese gigante lo había capturado de las huestes de un general renegado del caos, un tal Peluche, que al parecer abandonó al Caos. Entonces unió las dos neuronas que le quedan, y pensó: gigante caótico, gigante de traidor caótico, gigante traicionó a Ren contra caóticos.

Así sin más, para poder ganar algo de favor frente a su padre, fue a la cueva donde guardan a los gigantes y le cortó la cabeza antes de que el pobre monstruo pudiese llevarse una pierna de goblin a la boca.

Kiang, lejos de festejar el descubrimiento del traidor, golpeó tanto a su hijo no reconocido dejarlo inconsciente. Kiang tenía dos grandes vicios conocidos por todos: matar zombies estrellándoles la cabeza contra su hombro, y destruir y devorar tanques de vapor. Pero acababan de conocer uno nuevo, y ese era el de tener gigantes a su lado en la batalla.

Kiang no recordó los sacrificios de su hijo no reconocido para conseguirle el G-Meva, el gigante mecánico a vapor, ni tampoco que el otro gigante lo había capturado Ren, pasando tres días sin comer a lomos del gigante hasta que lo domó. Así y todo, en cuanto Ren estuvo consiente lo envió a las montañas descomunales que se ubican al este de las Montañas de los Lamentos, los Antiguos Palacios de los Gigantes del Cielo.

Entre los ogros se contaba con orgullo la historia de cuando tras la Gran Hambruna, y la Gran Migración, los ogros llegaron ante los Gigantes de los Cielos, la raza de gigantes de la cual descienden todos los actuales. Pero aquella era una raza inteligente, que tenían tecnología, y construían castillos increíbles a alturas en las que un hombre no podría respirar. Pero en aquellos tiempos los ogros estaban tan famélicos y desesperados que devoraron por completo a esa antigua y esplendorosa raza.

Pero se cuenta en las cuchipandas ogras que algunos descendientes directos todavía viven allí arriba, y que son más despiertos que los estúpidos gigantes que van y vienen desperdigados por el mundo.

Así partió Ren, tan sólo acompañado por tres yetis, que le servirían de guías, y obviamente de quien escribe. El viaje fue largo y penoso. Este humilde escriba estaba en tan mal estado que Ren me abandonó en una ruina que parecía un puesto de avanzada de los gigantes. Por suerte me dejaron una inmensa pata de mamut para alimentarme durante los seis días que tardaron en regresar.

Sólo volvió Ren, envuelto en pieles de yeti, pero con un descomunal gigante a su lado. No estaba esclavizado, acompañaba al otro por decisión propia.

Algo ocultaba Ren, ya que no quiso relatar su hazaña. Este escriba bien sabe lo que le gusta a Ren Culoasesino que relaten sus aventuras una y otra vez.

Durante el largo regreso al campamento de los Matazombies, pude entablar conversación con el gigante, cuyo nombre resultó ser Jatilainen. Había hecho un pacto de silencio con Ren para no hablar de lo que ambos llamaban "el secreto de la montaña".

Pero tras emborracharlos a ambos, Ren cayó dormido, y el gigante no paraba de hablar de las hazañas de sus antepasados. En el momento justo le pregunté sobre lo sucedido allá arriba. Y me contó algo que quiero borrar de mi memoria ya que es lo más horroroso que oí:

“Gigantes del cielo somo solos, gracia que tenemo a lo mamut para satisfacer nuestras necesidades más básica, o sea comida y… calor”.

No voy a citar textualmente lo que me contó, pero baste decir que Ren tuvo que entregar mucho a cambio de conseguirle el mejor gigante del mundo a su padre. Aquí les dejo algunas pinturas que hice de Jutilainen:





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